Cuando se estrenó la película ET en 1982, casi nadie entendía por qué Elliot y sus amigos se disfrazaban de fantasmas y esqueletos y recorrían las calles de su ciudad. Hoy pasa al revés, casi todos los niños conocen y celebran en sus colegios Halloween y pocos podemos recordar que el 1 de noviembre se solía interpretar Don Juan Tenorio en los escenarios de gran parte de la geografía española.

Al margen de que el estreno del largometraje de animación Coco en 2017 nos permita crear, vía México, ese puente entre una celebración “monstruosa” importada de los Estados de Unidos y una tradición – azteca y celta – de culto y recuerdo a los muertos, no podemos olvidar la fuerte raigambre y el sentido cristiano de dos celebraciones que siempre han ido de la mano. Y es que recordar y rezar por nuestros “Fieles Difuntos” el 2 de noviembre va unido – como la Cruz y la Resurrección, la tristeza y la alegría – a la otra celebración, “Todos los Santos”, del 1 de noviembre. Porque en esa “Comunión de los santos” que, gracias a Dios, celebramos no solo en esos dos días concretos, sino a lo largo de todo el año, los católicos siempre tenemos presente a aquellos familiares, amigos, compañeros, personas de referencia y hombres de bien que ya han llegado al cielo o rezamos para que tarden poco en alcanzarlo. Y lo hacemos con esperanza. Confianza en que ellos ya están o van a estar pronto con Dios Padre y van a tirar de nosotros hacia arriba, como uvas de un mismo racimo.

No, no es fiesta de miedo y de terror, de muertos o esqueletos. El mismo Jesucristo dice en el Evangelio (Lucas 20, 38) que “Él no es Dios de muertos, sino de vivos; porque todos viven para Él”. Es fiesta de alegría, de esperanza, amor y confianza en la Resurrección de Cristo y de todos nosotros. Y no, no es una celebración de monstruos, esqueletos, asesinos, zombis y fantasmas más o menos sangrientos, sino una fiesta de héroes. ¿Quiénes son esas personas heroicas? Nuestros santos y nuestras santas; nuestros familiares y amigos difuntos. Algunos ya han llegado a su meta, el cielo, y otros aún tienen que realizar alguna prueba o milagro más para poder demostrar sus superpoderes: fe, esperanza y caridad. Por eso nos acordamos de ellos de manera especial el 2 de noviembre y rezamos, además, por aquellos difuntos que no tienen a nadie que los recuerde y ore por ellos.

¿Y cómo conseguimos que nuestros hijos sean más santos que monstruos? No es fácil, pero tampoco imposible, así que ahí van algunos enlaces con ideas que hemos recogido en otras páginas web:

En fin, ármate de paciencia y de una buena receta de “Huesos de santo” que puedas realizar con sus hijos (https://www.conmishijos.com/actividades-para-ninos/recetas/huesos-de-santo-postre-tradicional-para-ninos/). Y háblales de santos con una misión en su vida, no de muertes sin sentido; de buenas personas y no de esqueletos sangrantes; de héroes y no de zombis. ¡Ah, y el Tenorio se sigue representando anualmente en Valladolid, Guadalajara, Las Palmas de Gran Canaria y Alcalá de Henares, por ejemplo! Y sí, todo cobra más sentido cuando sabemos el origen de la expresión “¡Cuán largo me lo fiáis!” (http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/don-juan-tenorio-drama-religiosofantastico-en-dos-partes–0/html/)

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